5 diciembre 2024

Hablábamos el otro día con un colega acerca de la materialidad del sentido y de la capacidad performativa del lenguaje, algo en lo que todavía creo profundamente. Me refiero a la importancia del lenguaje (en sus diversas manifestaciones), para dar forma a una realidad de otra manera inaccesible. Las formas de nombrar, arrancadas de los códigos que las moldean, se nos aparecen como naturales, como simple reflejo de aquello que está afuera. Y el artilugio del lenguaje como espejo lleva a confundir entre lo que ocurre y su representación. Esa confusión enmascara, esconde y disimula la profundidad de los procesos ideológicos a partir de los cuales todos sin excepción, con grados diferentes de conciencia, también concebimos el mundo ante nosotros mismos y ante los demás.

Los hechos suscitados en los últimos tiempos desafían nuestra inteligencia, atacan nuestras emociones y nos interpelan como sujetos sociales. La búsqueda de Santiago Maldonado, el reclamo por su aparición con vida, la demanda que estalla detrás del “Vivo lo llevaron, vivo lo queremos” nos recuerda el horrendo pasado de la dictadura y nos alerta de lo que sigue vivo en este presente doloroso.

He escuchado persistentemente en estos últimos días respuestas por demás preocupantes ante el reclamo que se erige desde voces múltiples por la aparición con vida de Santiago Maldonado: “Y Jorge Julio López?” “Y Marita Verón?” “Y María Cash?” Me detendré inicialmente en una cuestión que considero primordial: la urgencia acuciante de la exigencia al gobierno nacional -responsable actual del accionar de las fuerzas de seguridad del Estado- de que Santiago aparezca con vida. Santiago no es víctima de delincuentes comunes, no es víctima de la trata de mujeres, no es víctima del poder patriarcal que se cree dueño de su vida y de su cuerpo. Santiago Maldonado es una víctima del poder del Estado que, en lugar de cuidar a sus ciudadanos, arremete contra ellos. Y no hace falta haber sufrido la desaparición ni haber tenido a un familiar desaparecido para poder entender de qué estamos hablando. Acá podemos dejar de lado las emociones (si eso nos ayuda) y centrarnos en el uso de nuestra inteligencia.

Si sugiero apartar las emociones por un momento (solo temporariamente, porque las emociones también son necesarias y forman parte de la concepción del mundo) es porque me parece que ahora están nublándonos las ideas y alejándonos de lo importante. Y me refiero en particular a la emoción basada en el odio (no en el afecto, no en la sensibilidad hacia el otro) que enceguece y lleva a hacernos creer que todo es lo mismo y todo es igual. No, no todo lo es. No, no hay que poner la biblia junto al calefón. Lo que une a Santiago Maldonado, a Jorge Julio López, a Marita Verón, a María Cash y a tantos otros casos de personas cuyo paradero desconocemos es el horror, es el espanto. Lo que los diferencia es lo que nos debe ayudar a entender que sus búsquedas son diferentes, que los responsables no son los mismos, que las herramientas de las que nos debemos valer son especiales para cada caso, y que las consecuencias sociales y políticas, no son las mismas. Y todas tienen consecuencias.

Pero lo que me preocupa es cuando se utiliza ante al reclamo por Santiago – porque sí, es un uso no inocente de la lengua-, la pregunta por Jorge Julio López, en particular por él, como forma de descredito político lo que tiene como consecuencia argumentativa lógica, la minimización del hecho que nos convoca en esta oportunidad.

Dice alguien: Aparición con vida de Santiago Maldonado.

Y retruca el otro: Aparición con vida de Jorge Julio López. Desaparecido político de la democracia.

La respuesta es excluyente. La respuesta contrapone un caso espantoso de alguien que tuvo la valentía de presentarse a declarar en un juicio contra los genocidas, doble víctima. Jorge Julio López hombre, albañil, torturado por la dictadura, sobreviviente, testigo de causa contra los represores, se pierde tras una retórica en la que ha dejado de ser persona. Tras esa retórica que lo usa como chicana. Jorge Julio López, es víctima otra vez. Esta vez víctima simbólica entre quienes creen apelar a él de manera inocente (“pero yo solo pregunto”) o justiciera (“que se creen esos! dueños de los derechos humanos?”). López otra vez en el barro, su nombre escupido ante quienes hoy reclaman por Santiago, como si antes no se hubiera reclamado por él y no siguiéramos haciéndolo en cada marcha por los

Derechos Humanos desde hace ya 11 años. Solo quien no haya concurrido a una marcha, quien no se haya molestado en leer las consignas, puede decir hoy que Jorge Julio López fue alguna vez olvidado.

Lo que esa retórica excluyente hace (sean sus emisores conscientes o no de ello) es desvalorizar la vida de Santiago. Santiago artesano. Santiago hijo. Santiago hermano. Santiago defensor de la causa mapuche. Santiago víctima de la gendarmería. Santiago indefenso ante un gobierno rápido en poner el dedo sobre él y las luchas de los pueblos indígenas (definiéndolos como terroristas). Santiago es hoy, es ahora, es ya, es inminente. Santiago es el grito de muchos de nosotros que clama por su vida. Es el grito desesperado por no tener que seguir incluyendo su nombre, su rostro, sus ojos y sus rastas en ninguna otra marcha contra el terrorismo de estado.

Aparición con vida de Santiago Maldonado. Vivo lo llevaron, vivo lo queremos.

Por Silvina Berti.
Profesora del Departamento de Cs de la Comunicación – Facultad de Cs Humanas.
Universidad Nacional de Río Cuarto

Fuente: Facultad de Cs Humanas.Universidad Nacional de Río Cuarto